En todas las culturas han existido personas que tenían habilidades en “recolocar” los huesos, teniendo un papel muy valorado en sus comunidades. Desde siempre se ha entendido la importancia de la estructura ósea en nuestro bienestar. Igual que en un edificio la estructura garantiza que las tuberías y conducciones eléctricas no se vean afectadas por las inclemencias externas, la estructura ósea garantiza el flujo regular de la circulación sanguínea y los impulsos nerviosos, asegurando así que los órganos funcionen de forma armoniosa.

Es fundamental por tanto trabajar en primer lugar sobre la estructura. Muy frecuentemente en clínica nos encontramos con personas que vienen con dolencias crónicas a priori no vinculadas directamente con el sistema óseo, y tras la valoración se comprueba que la causa de ésta es una restricción de la movilidad articular o una lesión osteopática que han arrastrado durante años, bien por traumas o por hábitos posturales en el trabajo, etc.

Por ello, la osteopatía es clave a la hora de abordar la mayoría de las dolencias.

La valoración osteopática nos proporciona una información muy importante sobre nuestra estructura, tanto estática como a la hora de movernos, fijando las causas de desequilibrios posturales (un hombro más alto que el otro, contracturas siempre en la misma zona, una cadera más elevada que otra,…) o que afectan al movimiento (un pie que se abre al andar, porqué supinamos o pronamos, porqué duele una rodilla al caminar…) pero también el origen de lumbalgias, ciáticas, problemas en la pisada por esguinces no correctamente tratados, dolor en los codos, dolor y pérdida de fuerza en las manos, dolor cervical…